A favor de Dawkins

Hace veinticinco años la Asociación Humanista Estadounidense le otorgó a Richard Dawkins el premio Humanista del Año. Se lo acaba de retirar por un tuit que ningún tribunal de justicia de un país democrático hubiera podido castigar.

Es decir, esa asociación Humanista debería cambiarse el nombre, porque de humanista no tiene nada. Es dictatorial y estúpida.

Dicho lo anterior, quiero añadir que creo que los premios hacen más mal que bien. En el caso citado ya se ve que pueden servir para condicionar el modo de pensar.

Sirven también para que la gente no se esfuerce y depure sus gustos, porque ya se le da resuelto el problema de quién es mejor y quién peor. Los habrá que piensen por este motivo que Cela era mejor que Delibes, salvo que por motivos ideológicos y no literarios se opine lo contrario. Ambos tenían un dominio del lenguaje desconocido para muchos escritores de hoy, uno con giros propios de las tierras gallegas y el otro de las castellanas, y a los dos da gusto leerlos.

Los premios hacen que con tal de conseguirlos se perviertan muchos, escritores y científicos, puesto que en bastantes casos se recurre a la bajeza, para conseguirlos o para que no se les den a quienes se detesta.

En un primer momento pueden ser justos y cargados de buenas intenciones, pero inevitablemente aparecen las presiones, las tergiversaciones, el juego sucio y el deseo de influir en la sociedad por parte de algunos miembros del jurado, si no de todos.

El deseo de querer influir en los demás es una estupidez superlativa, muy generalizada por otra parte. Todos los estúpidos pretenden hacerlo y los que son más que estúpidos hablan directamente de transformar la sociedad.

Richard Dawkins, en el ejercicio de sus libertades individuales, ha llevado a cabo actividades polémicas y esto es una bendición, porque obliga a repensar cuestiones que se dan por ciertas sin más. Y lo que preservar es la libertad. Si yo estuviera en su sitio devolvería el premio untado con vaselina, para que se lo metan donde les quepa.