Zapatero ataca de nuevo

Si, como se esperaba antes de los atroces atentados del 11-M, hubiera ganado Rajoy las elecciones, ahora no existiría el copago farmacéutico y la SS seguiría pagando todos los medicamentos, como hasta entonces; las pensiones y los salarios de los funcionarios habrían seguido aumentando al ritmo del IPC.

Pero ganó Zapatero y con él una catástrofe económica de la que, seguramente, no nos vamos a recuperar jamás. Luego ya ganó Rajoy, pero él, que es un buen gestor, no tiene madera de héroe. No habría podido hacer lo de Suárez -tampoco ningún otro de los presidentes de la democracia-. La situación demandaba que cerrara todos los chiringuitos y todas las televisiones regionales y no se atrevió.

Ahora, reconvertido ya en mayordomo de Maduro y no satisfecho con el mal que pudo hacer, que no se circunscribe a la vertiente económica, Zapatero vuelve a la carga. Para situar adecuadamente al personaje, conviene recordar aquel episodio en el que se quedó sentado al paso de la bandera estadounidense. Nadie se fijó en el detalle, pero él lo hizo notar a la prensa, para que constara. La enemistad con Estados Unidos perjudica gravemente a la economía de cualquier país, pero a él le beneficiaba electoralmente. Pedro Aparicio, un socialista de los de verdad, fue de los primeros en lamentarse por el triunfo de Zapatero.

Cualquier socialista que crea que tiene la obligación moral de apoyar a Sánchez -pero, en realidad, defiende su cartera- debería ir a la hemeroteca de El País, y ver el empeño con que Peces-Barba, en sus últimos tiempos, defendía la Constitución, lo cual muestra que la consideraba suya, era el que más influencia había tenido en ella. Los socialistas de hoy están traicionando a su partido.

Y Felipe González es el artífice de este PSOE, con la ayuda de Alfonso Guerra. Los dos asisten horrorizados a los alumbramientos que ha generado su invento: Zapatero y Sánchez, dos monstruos de maldad.