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La familia de Charlie Kirk

  • Foto del escritor: Vicente Torres
    Vicente Torres
  • hace 8 minutos
  • 2 Min. de lectura

Los asesinos nunca lo piensan todo, tan solo lo que les conviene. Si profesaran la religión de la duda el mundo sería mejor, pero no es el caso. Los asesinos nunca dudan. Simplemente llevan a cabo sus propósitos, si no surge nada que se lo impida. Por otro lado, no estoy en absoluto de acuerdo con el bruto de Trump, que ha pedido la pena de muerte para el asesino. El Estado nunca debe ponerse a la altura de los peores. Una vida entera en la cárcel ya le da tiempo para meditar y quizá para arrepentirse de lo hecho.

El caso es que Charlie Kirk estaba casado con Erika Frantzve, con la que tuvo una hija y un hijo. Se han quedado sin esposo y sin padre. Es una vida dura la que van a vivir, sobre todo los pequeños, quizá también la madre. No puedo decir más porque no conozco a ninguno, pero en buena ley sí que cabe suponer que para ella será muy pesado criar a los hijos sin que esté el padre. La personalidad de ellos tampoco va a ser la misma que si hubiera estado la familia al completo.

La gracia de Charlie era la palabra con la que se dirigía al mundo fomentando el debate y el intercambio de opiniones, lo cual me llama la atención, porque era partidario de Trump, que no tiene ninguna. Para Trump no hay más ley que la fuerza y la picardía para imponerla. Pero dicen las crónicas que Charlie siempre tenía un número grande de jóvenes dispuestos a escucharlo e intercambiar opiniones con él, y ese es un dato muy favorable, porque demuestra que era dado a la meditación y a extraer consecuencias. Los jóvenes acudían con propuestas directas y, a menudo, con preguntas incómodas para él, que no las rehuía, sino que las contestaba con sentido. Ya no podrá volver a ocurrir.

 
 
 

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